La Cruz

CATEQUESIS DE VIERNES SANTO


Catequesis basada en el libro “Cristología y donación” (Serafín Béjar). En concreto, en su sexto capítulo titulado: La muerte.


Dedicamos 5 minutos a pensar:
¿Qué es para mí el Viernes Santo? ¿Qué significa para mí que Jesús murió en la cruz?
Dedicamos estos diez minutos a escribir personalmente sobre el tema.

En los relatos de la Pasión concurren tres niveles de realidad que deben ser articulados:

  1. El hecho
  2. El sentido
  3. La verdad

La muerte de Jesús ha de ser explicada como consecuencia de las distintas historias de libertad implicadas en el desenlace final de su vida. No es el Padre el que quiere la muerte de su Hijo, es responsabilidad de sus contemporáneos. El verbo “entregar” repetido muchas veces en el Evangelio (Mc 14,10; Mc 15,1; Mc 15,15) nos remite a la actuación de seres humanos concretos. Por todo ello, existe una correspondencia entre la libertad divina y la libertad humana que intentaremos articular en este ratito. Será importante entender que Jesús no experimentó su muerte como un desafortunado imprevisto, sino que tuvo tiempo para percatarse de su posibilidad y dotarla de sentido.


Ignacio Ellacuría nos ayuda a comenzar esta reflexión con la distinción entre los verbos “matar” y “morir”: Por qué mataron a Jesús es el hecho, y por qué murió Jesús nos habla del sentido. Visibilizar la libertad de los actores implicados es una importante clave de comprensión del Viernes Santo.

Para hablar de por qué mataron a Jesús nos centraremos en el juicio religioso y el juicio político.

    – El juicio religioso: parece claro que el conflicto generado por el ministerio de Jesús había creado una gran incomodidad en los grupos saduceos y fariseos (especialmente el episodio de la intervención en el atrio del Templo, en la última pascua de Jesús) El problema de fondo radica en la significación que Jesús daba a su actuación pública: sus actos eran también actos del mismo Dios. Es su pretensión la que no tiene cabida en la configuración concreta del judaísmo de su tiempo. Lo que estaba en juego, y era percibido de una manera hiriente por los dirigentes del pueblo, era una relación: aquella que mantenía Jesús con el Dios de Israel.

    – El juicio político: para entender este juicio y siendo conscientes de que el Sanedrín no tenía autoridad para condenar a muerte, es necesario comprender que la figura de Pilato estaba sujeta a la autoridad de Roma. Esta sujeción a la autoridad imperial ya había sido utilizada en ocasiones por los propios judíos, con el recurso de enviar delegaciones a Roma, con quejas sobre su gestión (de hecho, Pilato sería depuesto finalmente por abuso de autoridad).

    El juicio político fue público y por tanto podemos suponer, que se ajustó suficientemente al derecho romano. Probablemente, la acusación de “rey de los judíos” está en la base de la justificación jurídica -todo el que se hace rey, está en contra del César. (Jn 19,12)-

      Para terminar, es significativo recordar que la muerte en cruz tenía una dimensión infamante, donde la persona quedaba despojada de toda su dignidad. Para el hombre judío, quien moría en cruz, era objeto de la maldición de Dios.

      El cristianismo de primera hora tuvo que realizar una profunda reflexión para dotar de sentido la crucifixión de Jesús y amortiguar el escándalo tan severo que produjo en sus contemporáneos. Por la crucifixión del Hijo, Dios se hacía presente justo en el lugar donde nadie lo habría esperado.


      ¿Cuáles son mis cruces? ¿Cuál es la cruz de mi vida? Céntrate en los hechos concretos de esta realidad. (15 min)


      La pregunta de sí Jesús dotó a su muerte de un sentido ha sido afrontada históricamente desde dos perspectivas que suponen algunos problemas para los razonamientos más orgánicos y extendidos en la actualidad.

      En primer lugar, teólogos como Bultmann que, desde la idea de no poder contar con un suelo históricamente fiable, planteaban que no era posible saber cómo vivió Jesús su propia muerte y, más aún, que no podía descartarse la opción de que lo hiciera con desesperación.

      Por otro lado, los que, renunciando a la búsqueda de la verdad histórica, afirmaban que lo relevante no era si Jesús se desesperó ante su propia muerte, sino que dicha muerte era salvación de Dios para toda la humanidad. Este planteamiento implica entender que Dios habría hecho algo con Jesús, pero sin contar con Jesús lo que resulta problemático puesto que la salvación como movimiento de la libre iniciativa de Dios, cuenta siempre con la disposición de una voluntad humana que acoge y consiente.

      La respuesta más actual pasa por situar el tramo final de la vida de Jesús en el contexto general del ejercicio de su ministerio: el sentido de la muerte se pone en correlación con el sentido que una determinada persona a otorgado a su vida; el acto de morir-por es la desembocadura del vivir-por previo. Profundizamos sobre esto con tres puntos:

      Jesús contó seriamente con la posibilidad de una muerte violenta ya que el conflicto fue una constante en el ejercicio de su ministerio – acusado de blasfemo (Mc 2,7); de alianza con el diablo (Mt 12,24); de transgredir el prefecto sabático (Mc 2,23; Lc 13,14s)-. También podemos referir el final trágico de la vida de Juan Bautista. Por todo ello, resulta poco plausible pensar que la muerte de Jesús aconteció de una manera imprevista o inesperada.

      Jesús no se limitó a adoptar una postura de pura docilidad pasiva frente a lo que se le venía encima, sino que puso su muerte en correlación con lo que había sido el resto de su vida. Sí Jesús entendió su existencia como un vivirse por y para los demás, no es descabellado afirmar, por tanto, que Jesús entendiera su muerte como el último y definitivo servicio que realizaba a favor de todos los seres humanos. Yendo más allá: Jesús encontró el sentido de su vida en la experiencia de la filiación – en un vivirse como recibido desde el Padre – y es esta existencia recibida lo que le posibilita vivir en el olvido de sí o en la entrega incondicional a los otros. En un modelo antropológico cristiano, todo es recibido. Ser para siempre es consecuencia de ser desde.

      Jesús se mostró confiado en que su muerte no detenía la salvación. La muerte en cruz se va a convertir en el lugar absoluto del don, o, si se prefiere, en la revelación más plena del amor de Dios.

      El don, en su dinámica de otorgación, tiene las siguientes características: gratuidad (se regala a cambio de nada); incondicionalidad (no hay nada ante lo que se detenga); y exceso o demasía (supera toda medida). Si Jesús, ante la inminencia de su muerte, hubiera desistido de su “abandono”, habría acontecido el desmentido del don, que ya no sería ni gratuito, ni incondicional ni excesivo. La cruz muestra que, aún en la situación extrema de rechazo, el Padre sigue manteniendo su oferta. Aunque el don no sea recibido, sigue estando otorgado.


      Repasando las cruces que he podido escribir en el rato personal anterior. ¿Puedo encontrar cierto sentido a lo que vivo o he vivido? ¿Puedo poner mis cruces (o mejor, como me hago cargo de ellas) en correlación a mi propia vida? ¿Tengo experiencia de don (gratuito, incondicional, en exceso)? (15 min)


      En un último nivel de profundidad, intentamos asomarnos a la relación entre el Padre y el Hijo.

      Sin detenernos en las diferentes doctrinas que han ido intentando explicar este punto a lo largo de los años (doctrina de las dos naturalezas de Cristo; diferenciación entre naturaleza y persona…) intentamos acercarnos a los textos evangélicos más significativos respecto a esta relación a la luz de la cruz:

      El primero de ellos, el momento en que Jesús se dirige a su abbá en el huerto de los Olivos: En este texto Jesús se percata del abandono de Padre y vive la inminencia de su muerte con tristeza y angustia. Pero… ¿cuál es la voluntad del Padre? ¿Qué su Hijo muera? En absoluto. La voluntad del Padre sobre el Hijo consiste en que no detenga el encargo recibido, aun cuando seguir adelante con ese encargo suponga subir a la cruz. Entonces, el Hijo no retrocede ante la fuerza de mal que obstaculiza su aparición en el mundo y, por esa comunión de voluntad con el Padre, está dispuesto incluso a tomar sobre sí el horror humano para transformarlo en belleza que salva. De este modo, la salvación no acontece solo como una acción unilateralmente divida, sino como acción propiamente humana que responde a la iniciativa amorosa de Dios.

      El segundo texto, se refiere a las palabras con las cuales Jesús termina su vida histórica: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? No podemos obviar el escándalo que supuso para la primitiva comunidad cristiana constatar que las últimas palabras del Maestro hacían referencia al abandono que siente por parte de su Padre, es innegable pues, la experiencia de abandono del propio Jesús en dicho momento.

      No obstante, la cruz del Hijo debe concebirse como un acontecimiento trinitario. En este sentido, Jesús muere como un abandonado y no como un desesperado, lo que nos conecta una vez más con la lógica de la donación: el abandono que el Padre realiza del Hijo, en el momento de la cruz, es una forma de donación exuberante, que encuentra una conformidad de voluntad en la manera filial que Jesús tiene de afrontar su propia muerte. Esto, que puede parecer tan complicado, nos conecta con la parábola de la oveja perdida: Si el pastor quiere recuperar la oveja que se ha extraviado, tiene que andar el idéntico camino de perdición y correr el riesgo. Así, en el acontecimiento de la cruz, el Padre está dispuesto a perder al Hijo por ganar a la humanidad extraviada. Y el Hijo está dispuesto a perder a su Padre por devolver a casa a la oveja perdida.

      De esta manera, la cruz se convierte también en Evangelio, porque supone el anuncio de que el ser humano, por infernal que sea la situación que esté viviendo, siempre podrá sentir la compañía del que se experimentó a sí mismo como maldición. La separación del Padre y el Hijo en la cruz sería la expresión más significativa de la plenitud de comunión que existe entre ellos.

      Para terminar esta reflexión, es interesante poner la mirada en la fuerza de revelación que tiene la muerte del Hijo en la cruz para evangelizar nuestras imágenes de Dios. En la cruz, el sufrimiento alcanza a Dios, pero no a la manera humana. El ser humano es afectado pasivamente por el sufrimiento, que acontece irremediablemente en su vida. Sin embargo, el sufrimiento de Dios es un dejarse afectar activo en el sentido de que, no teniendo por qué sufrir, asume el dolor de las criaturas como suyo propio. El amor hace vulnerable a Dios porque el drama del pecado humano provoca el sufrimiento de la no correspondencia de ese amor ofrecido a la criatura.


      Continuando con la reflexión en torno a mis propias cruces: ¿Qué experiencia tengo yo de respuesta personal al amor que Dios me regala? ¿Cuáles son mis propios límites a la hora de acoger este amor? ¿Cuál es mi experiencia de compañía de Jesús en mis sufrimientos? ¿Qué imagen de Dios descubro que tengo a la luz de la cruz del Viernes Santo? (10 min)


      Propuesta final para cuando sea posible: Releer lo respondido en las preguntas de la introducción de esta catequesis:

      ¿Qué es para mí el Viernes Santo? ¿Qué significa para mí que Jesús murió en la cruz?

      Comparar lo descrito anteriormente con la novedad que ha supuesto (si así ha sido) este ratito para mí. ¿Da luz lo dialogado y reflexionado a mi vivencia personal de mis cruces?