Decirte Sí… hasta el final
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Para que mi amor no sea un sentimiento,
tan sólo de deslumbramiento pasajero.
Para no gastar las palabras más mías,
ni vaciar de contenido mi te quiero.
Quiero hundir más hondo mi raíz en Ti
y cimentar en solidez éste mi afecto.
Pues mi corazón, que es inquieto y es frágil,
sólo acierta si se abraza a tu proyecto
Más allá de mis miedos.
Más allá de mi inseguridad.
Quiero darte mi respuesta:
Aquí estoy,
para hacer tu voluntad.
Para que mi amor sea decirte sí
hasta el final
Duermen su sopor y temen en el huerto.
Ni sus amigos acompañan al maestro.
Si es hora de cruz, es de fidelidades.
Pero el mundo nunca quiere aceptar esto.
Dame comprender, Señor, tu Amor tan puro.
Amor que persevera en cruz, Amor perfecto.
Dame serte fiel cuando todo es oscuro.
Para que mi amor sea más que un sentimiento.
Más allá de mis miedos.
Más allá de mi inseguridad.
Quiero darte mi respuesta:
Aquí estoy,
para hacer tu voluntad.
Para que mi amor sea decirte sí
hasta el final
No es en las palabras, ni es en las promesas,
donde la historia tiene su motor secreto.
Solo es el Amor, en la cruz madurado.
El Amor que mueve todo el universo.
Pongo mi pequeña vida hoy en tus manos,
por sobre mis seguridades y mis miedos.
Y para elegir tu querer y no el mío,
hazme en mi Getsemaní fiel y despierto.
Más allá de mis miedos.
Más allá de mi inseguridad.
Quiero darte mi respuesta:
Aquí estoy,
para hacer tu voluntad.
Para que mi amor sea decirte sí
hasta el final.
Autor de la canción: Eduardo Meana
El viernes santo está centrado en la cruz, pero yo quisiera hoy pararme con vosotros unas horas antes de ese “escandalo”, de esa “injusticia”, de ese “acontecimiento horrible” que cambió la historia de la humanidad y que nosotros los cristianos hemos convertido en el símbolo de nuestra fe.
Entre los muchos símbolos que podíamos haber elegido para representar el Amor de Dios hemos elegido un instrumento de tortura. Un símbolo que se ha impuesto a otros muchos que, en principio, podrían expresar mejor las muchas cosas buenas que Jesús de Nazaret nos trajo: la fraternidad, la alegría, la misericordia, la ternura, la cercanía… ¿por qué elegimos la cruz?, ¿por qué la mayoría de nosotros la lleva colgada al cuello como un símbolo de pertenencia, de identidad, de filiación…de Amor?
No pretendo entrar en el sentido profundo del sufrimiento (no creo que Dios sea un sádico que necesite un sacrificio para redimirnos), ni en el sentido místico (creo que “el Cristo de la fe” es el mismo que se encarnó y vivió como un hombre en la Palestina de hace ya 2000 años), no pretendo hacer teología, sino compartir con vosotros una “intuición” que es para mí cada vez más esencial y que, poco a poco, se va convirtiendo en “certeza”: el Amor hay que elegirlo.
“La senda del amor no se recorre sin haber puesto primero los pies descalzos en ella. Y debe ser elegida antes de comenzar a transitarla”. J.M. Olaizola.
Según mi parecer, para Jesús está elección tiene su momento definitivo en Getsemaní. Es allí donde Él entrega su vida, donde su sí es “hasta el final”, todo lo que sucede después es consecuencia de esta “elección”. Jesús elige abrazarse al proyecto del Padre más allá de sus miedos, de su inseguridad, de sus propios proyectos… de su propia vida.
“Llegados al lugar llamado Getsemaní, dijo a sus discípulos: —Sentaos aquí mientras yo voy a orar. Tomó con él a Pedro, Santiago y Juan y empezó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: —Siento una triste- za mortal; quedaos aquí velando. Se adelantó un poco, se postró en tierra y oraba que, si era posible, se alejara de él aquella hora. Decía: —Abba, Padre, tú lo puedes todo, aparta de mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Mc 14, 32-36
Tú lo puedes todo, y yo no quiero pasar por este trance…pero si tengo que elegir, TE ELIJO A TI.
Estoy seguro de que muchos hemos vivido nuestro propio Getsemaní, una situación en la que la vida nos ha superado y nos ha enfrentado a esa elección radical en la que la fe se presenta como única alternativa para seguir manteniendo la relación con Dios: O elijo a Dios, o le abandono; o elijo su proyecto de Amor o me quedo atrapado en mis miedos, en mis seguridades, en “mi capacidad”, en mis deseos…
Es un momento fundante, un momento que nos configura como personas y que marca un antes y un después, un momento en el que nuestro seguimiento de Jesús pasa una prueba definitiva.
¿es Dios el Señor de mi vida?, ¿quiero hacer su voluntad o la mía?, ¿me atrevo a confiar en que el Amor es más fuerte que la muerte?
A los que hayáis tenido esta experiencia os invito a “recordarla” ahora, a volver a pasar por el corazón lo vivido en esos momentos y ligarlo a lo que vamos compartiendo. En cualquier caso, creo que a todos nos puede ayudar “hacer nuestra” la experiencia con la que hemos comenzado y “rezar juntos” de nuevo esta canción que creo que nos introduce en el sentido profundo que la cruz quiere expresar.
“Para que mi amor sea más que un sentimiento”. Confundimos el Amor con un sentimiento, con una obligación, con una promesa, con un deseo… y ese error suele ser la causa de muchas de nuestras frustraciones.
El Amor es, sobretodo, una elección, una apuesta en la que nos jugamos la vida entera, una manera de situarnos en la vida desde nuestras propias convicciones, un horizonte al que tendemos y que vamos construyendo junto a aquellos que van recorriendo también nuestro camino, una experiencia recibida que necesita ser entregada…
No es en las palabras, ni es en las promesas. El Amor sobretodo es entrega, el Amor necesita hacerse concreto, no es solo un sentimiento y necesita hundir su raíz y cimentar sólidamente la entrega para que no esté vacío de contenido, para que pueda permanecer y “ser fiel cuando todo es oscuro”.Si es hora de cruz, es de fidelidades. Es precisamente en esos momentos de oscuridad cuando la cruz cobra sentido como símbolo de ese Amor entregado hasta el final. Solo es el Amor, en la cruz madurado. Amor que persevera en cruz. Esa elección permanece más allá de cualquier condición: puedes contar conmigo para siempre, no importa lo que pase “yo siempre estaré contigo” (cf Mt 28, 20), aunque tenga que entregar mi vida, mi Amor por ti es más grande, no hay nada que pueda separarte de mi Amor (cf Rm 8, 39). ¡No hay Amor más grande!, este Amor mueve todo el universo.
Esta es la gran propuesta de Jesús. Él vivió este Amor para que nosotros también podamos vivirlo.
Para poder vivir este Amor es necesario abrazar el proyecto de Dios. Enraizarnos y cimentar nuestras propias opciones en la experiencia personal de encuentro con Dios. Abrazar, con nuestra propia vida, su manera de ser, sus preferencias, sus valores… Seguir a Jesús no es creer en Él, no es cumplir normas, ni hacer determinados ritos… seguir a Jesús es intentar vivir lo que Él nos propone, es hacer de nuestra propia vida “Buena noticia” para los demás, especialmente para los más débiles y excluidos.
¿Cuál es el proyecto de Jesús para mí hoy?, ¿En qué se concreta?
Aquí estoy, para hacer tu voluntad. Para que mi amor sea decirte sí hasta el final. Esta es finalmente, para todos, la gran pregunta:
¿quiero hacer la voluntad de Dios o quiero hacer mi voluntad?
Al final todos pasaremos por aquí (varias veces a lo largo de nuestra vida). Es en esa respuesta dónde verdaderamente se pondrá en juego nuestra fe (y de paso nuestra vida).
Pongo mi pequeña vida hoy en tus manos, para elegir tu querer y no el mío. Esta es la única respuesta posible a este Amor. Respondemos desde la propia fragilidad, desde nuestra vulnerabilidad más radical, más allá de los miedos y de la inseguridad. El seguimiento de Jesús apenas tiene certezas, la fe es confianza, es decir SÍ con la propia vida a un proyecto que nos excede, que es más grande que nuestras posibilidades, que nos invita a “Vivir en abundancia” (Jn 10,10) pero que supone asumir el conflicto, la duda, la incertidumbre, el sufrimiento… y arriesgar la propia vida “hasta el final” en una apuesta que solo la fe sostiene.
“Dejemos obrar a Dios” nos decía Calasanz y eso es precisamente lo que nos toca asumir en la cruz. No podemos asumir el papel de Dios, es Dios quien puede resucitarnos, es Dios quien da la Vida, a nosotros nos toca confiar, “perseverar en cruz”. La cruz es el símbolo de esa confianza radical en un Dios que nos Ama hasta el extremo (Jn 13, 1).
Comenzaba haciendo alusión a la cruz como símbolo, para mi este trozo de madera que llevo colgado al cuello es un recordatorio de ese Amor que se entrega por mí, de esa elección que Dios ya hizo conmigo y que yo tengo que hacer cada día. Un “Amor que mueve todo el universo”, un Amor que es más fuerte que la muerte, un Amor que me convoca a elegir, siempre, la Vida.
Este Amor “hasta el final” es capaz de convertir un instrumento de tortura en un símbolo capaz de expresar la ternura de este Dios que “Ama hasta el extremo”, que persevera en cruz para recordarnos, cada día, que el Amor Sí tiene la última palabra y que merece la pena elegirlo.
GRACIAS por AMARME HASTA EL FINAL. Yo también, contigo, con mi pequeña vida hoy en tus manos, quiero decirte SÍ hasta el final y “te elijo a Ti”.
Os comparto para terminar una reflexión de Rosa Ruiz este domingo de Ramos, que fue la inspiración para esta catequesis: “elijo ofrecer la Vida. Siempre”
“Quizá nos ayude acudir al himno de Filipenses: ¡Cómo es Dios! Es el que no hace alarde de su categoría divina y elige -sí, lo elige, porque no basta con asumirlo- pasar por uno de tantos, como un hombre cualquiera. Es el que prefiere bajar la cabeza y guardar silencio antes que devolver mal por mal, traición por traición. Es el que será capaz de volver a buscarnos, a todos, dentro de unos días: a los que callaron, a los que se alejaron, a los que no le acompañaron, a los que le negaron. A todos. Con esa delicadeza de quien no impone ni siquiera el amor. Ni siquiera la vida. Solo la ofrece. Siempre”
Y siempre la posibilidad de ser de otro modo. Sin hacer alarde, sin responder con violencia, elegir la dignidad de abajarse y esperar.