¿Cómo hablar de la Resurrección hoy?
El texto fundamental que se ha utilizado para esta catequesis viene del libro: ¿Cómo hablar hoy de la Resurrección? (J. Serafín Béjar)
Nuestra propia imagen de la Resurrección
Comenzamos este rato intentando relacionarnos con nuestra propia imagen de la Resurrección. Para ello, vamos a dedicar unos minutos a dibujar cuál es esa imagen personal que tenemos sobre este misterio. No es necesario que el resultado sea muy laborioso o estéticamente aceptable, lo importante aquí es conectar con aquello que nos viene a la cabeza y el corazón cuando pensamos en la Resurrección, y no hacerlo con palabras sino de manera más abstracta.
Tras este tiempo de trabajo personal, dedicamos 5 minutos a compartir en grupo nuestras creaciones. Después, otros cinco minutos a compartir en asamblea lo que nos ha llamado la atención de lo compartido.
Diferentes maneras de acercarnos a la Resurrección
Tras este primer acercamiento artístico, dedicamos un segundo bloque a acercarnos a la Resurrección desde tres dimensiones diferentes: la dimensión teológica; la dimensión espiritual; la dimensión sociopolítica.
a. Dimensión teológica de la Resurrección:
Al hablar de la resurrección de Jesús de Nazaret y de su dimensión teológica se hace imprescindible acercarnos a ella desde algunas premisas que le son propias en cuanto a su ser teología:
En primer lugar, es importante partir de que la teología no tiene todas las respuestas ni pretende contestar a todas las preguntas. Acercarse al misterio es comprender que éste siempre excede las capacidades del propio pensamiento y se nos escapa, como el agua entre las manos, cuando pretendemos atraparlo y conceptuarlo. En el acercamiento a la dimensión teológica de la Resurrección se pone de manifiesto esta incapacidad para abarcar lo infinito que, de hecho, es lo que irrumpe en el tiempo a partir de la presentación de un futuro como promesa. Esta imposibilidad de poner puertas al campo, que ilustra para nuestro entendimiento la propia imposibilidad de conceptualizar el misterio, nos abre a la necesidad de utilizar recursos que nos permitan hablar de ella del mismo modo que Jesús hablaba de Dios. Recursos como la narración y el símbolo de los que hablaremos más adelante.
En segundo lugar, resaltamos que la teología nunca emerge de la voluntad del pensador que es sujeto que escucha y no sujeto que especula. La teología nos relata una historia de amor que no es posible controlar, prever o proyectar y esto queda muy patente en las apariciones de un Resucitado que, más allá de las diversas visiones teológicas que se han sucedido, se nos presenta en los textos bíblicos como el que toma la iniciativa propiciando un encuentro concreto con el otro que rompe como consecuencia directa la cárcel ideológica del encontrado.
Partiendo de estos dos comentarios podemos adentrarnos en la teología concreta que se descubre en el estudio de los textos bíblicos que narran las apariciones y las características del Resucitado:
Comenzamos resaltando que el Resucitado no impone su presencia, sino que se presenta como irreconocible y solidario. De esta manera, el acto, que parte de su propia intención, no se convierte nunca en un acto invasivo de la libertad del otro. En cuanto al aspecto solidario, descubrimos como Jesús comienza su interacción preocupándose por los problemas de aquellos a los que se aparece evitando un halo de superioridad y desapego con ellos -“¿De qué venís hablando por el camino?” (Lc 24, 17)-
En el estudio de la dimensión teológica de la Resurrección, corroboramos que Dios (y todo lo que tiene que ver con Él) no es enseñable sino narrable y, por lo tanto, el acontecer de la Resurrección por la que Jesús es transferido a un orden de realidad cualitativamente distinto del nuestro (el de Dios), nos es narrado en los Evangelios. Del mismo modo es utilizado el símbolo, que une sin perder la diferencia. Por ello, el símbolo se convierte en una herramienta vital para poner en relación lo infinito de Dios con lo finito del hombre, negando que símbolo y realidad sean la misma cosa, pero garantizando a la vez su continuidad.
Y dicho todo esto, ¿qué mensaje teológico recibimos en el estudio de la Resurrección?
Por un lado, la triple acción de Dios con Cristo (reflejada en los distintos verbos utilizados) al que levanta de entre los muertos, restituye a su posición inicial y lo glorifica (lo que muestra la identidad divina de Jesús)
Por otro, vemos como, por la Resurrección, Jesús carga en sus espaldas el desierto al que el hombre había sido condenado por la desobediencia de Adán reconstituyéndolo en el jardín precioso que estaba llamado a ser transmitiéndonos como Jesús ha venido a hacerlo todo nuevo.
Por otro lado, en los relatos de las apariciones, se visualiza como existe una continuidad entre el Resucitado y el Crucificado que evidencia la importancia de cada hombre concreto en el mundo que, en su propia resurrección, no viene a perderse en un mar indiferenciado con Dios.
La Resurrección de Jesús y la teología del Sábado Santo nos descubren también un paradigma nuevo que viene de la mano del Nazareno: Jesús no desciende a los infiernos para destruir nada de lo que allí se encuentra, sino que lo hace para recomponer y abrazar del mismo modo que se nos invita a nosotros a hacerlo con nuestras heridas.
Por último, descubrimos un alto componente teológico que apunta directamente al envío de todos para dar un testimonio universal junto a la promesa de la compañía permanente de Jesús en su Espíritu. En este testimonio al que se nos envía, los textos bíblicos dejan claro que la experiencia apostólica es condición necesaria para nuestra propia experiencia que además ha de ser refrendada por la Iglesia mediante la mediación objetiva que le ofrece la Tradición y que no resta validez a la experiencia particular de cada uno, sino que la verifica.
Como conclusión diremos que la resurrección de Cristo es fuente de sentido que desvela la intervención amorosa de Dios que se sitúa, más allá de la muerte, en la vida, y, por tanto, el método teológico debe ser abierto de tal manera que pueda seguir acompañando al hombre de hoy fundamentado en lo que “aconteció en la historia una vez para siempre”.
Para el trabajo personal:
1. ¿Cuál es mi propia narración de la Resurrección del Señor? ¿Cuáles son mis símbolos? Puedo volver al dibujo con el que hemos comenzado la tarde.
2. Recorriendo mi historia personal, ¿cuándo el Señor se me ha acercado, siendo en primera instancia irreconocible y preocupándose por mi vida?
3. Bucea un poco en la idea de que Jesús “desciende a los infiernos para recomponer y abrazar”. ¿Qué necesitaría yo que el Resucitado me ayudara a recomponer y a abrazar? ¿Qué necesito que haga nuevo? Pídeselo.
b. Dimensión espiritual de la Resurrección:
Si tomamos la dimensión espiritual como perspectiva desde la cual acercarse a la Resurrección encontramos varias realidades que nos definen como seres humanos:
Comenzamos situando el desnivel que existe siempre en la vida del hombre entre lo conseguido y lo realmente anhelado. Esta realidad, se entiende desde la modernidad como una meta aún no alcanzada y desde la posmodernidad da pie al desaliento que empuja a pensar en la inutilidad de la pasión del hombre. Sin embargo, a la luz de la Resurrección, podemos entender que el hombre no es esa pasión inútil sino criatura constitutivamente abierta al misterio de Dios y que en nuestra propia constitución se enraíza la realidad de un anhelo profundo por ser habitados por el Misterio que, en numerosas ocasiones, cristaliza en búsquedas espirituales que ante la ausencia de Dios sólo nos generan frustración.
Para seguir aproximándonos desde esta dimensión espiritual a la Resurrección de Jesús, es bueno partir de la experiencia espiritual que tuvieron los discípulos que convivieron con Él y vivieron en primera persona lo acontecido. Para ello resaltamos dos claves:
La primera es que la aparición es una revelación que afecta de manera existencial a los discípulos; la segunda, es la certeza de que en el encuentro con el Resucitado no se les ahorra el salto de fe pues en los textos bíblicos es tematizado como un “ver creyente”. Es interesante poder traer a nuestra propia experiencia estas dos claves que nos ayuden a centrar nuestro propio encuentro con el Resucitado traduciéndose de la siguiente manera: El encuentro con Él es siempre una experiencia que afecta de manera existencial, que transforma la vida, que no deja indiferente… y la fe, ese “ver creyente”, es la condición de posibilidad para que este encuentro sea posible, no le encontraremos nunca en aproximaciones científicas, racionales o conceptuales porque el Resucitado no se atiene a nuestras pretensiones de control.
Ahora bien, “¿qué dice a mi identidad más profunda este relato que llega a mis oídos?” Es una pregunta que sólo en nuestra relación personal con Él, en lo que Él es para nosotros, podemos contestar, y es en esa relación donde encontramos nuestra propia identidad porque siempre somos en relación con el otro y, por consiguiente, somos plenamente en relación con el Otro. Esta no es una idea trivial y mucho menos en el contexto social en el que nos movemos que nos sitúa en un punto de partida en desconexión con nuestra propia identidad real.
Es pues una reflexión necesaria aquella que nos lleva a comprender la lucha interior que mantiene nuestra identidad verdadera con nuestro ego. Es este ego, generado en nuestra más tierna infancia, el que tira de nosotros incesantemente y del que es necesario separarse para vivir plenamente. Esta separación no es posible mentalmente y sólo lo es vivencialmente implicando un descenso “a los infiernos de nuestras partes no reconocidas” que nos permita resucitar a una vida nueva pues, como la Pascua nos manifiesta, la vida sólo emerge de la muerte. Es en la muerte y en la Resurrección de Cristo donde se nos revela la necesidad de perderlo todo para ganar la vida.
Es también a la luz de la Pascua, donde descubrimos que “la realidad se cierra ante el intento de conquista y se abre cuando nos abandonamos”, es por ello por lo que, en el camino de Emaús, los discípulos, desanimados y sin pretensión alguna, son capaces de abrirse al encuentro con el Resucitado abriendo un proceso de desarrollo espiritual cuya meta, cuyo final de cuento, no es otro que el desposorio con Dios.
Como último apunte, es importante no perder de vista que nuestra experiencia personal y espiritual cobra sentido a la luz de “una historia más grande que nosotros de la que formamos parte” y que, para poder ser plena, se genera entre el propio acontecimiento y nuestra interpretación del mismo que se refrenda en su confrontación con una comunidad de tradición que, lejos de socavar su validez individual, la empodera.
Para el trabajo personal:
1. ¿Cuáles son mis anhelos profundos? ¿Cuáles mis búsquedas espirituales? ¿Está Dios presente en ellas? ¿Vivo frustrado?
2. Repetimos la pregunta del texto: “¿qué dice a mi identidad más profunda este relato que llega a mis oídos?” ¿Mi experiencia de Dios me afecta de manera existencial, en lo profundo, en lo escondido? ¿Cómo ando de fe?
c. Dimensión sociopolítica de la Resurrección:
Para poder abordar la dimensión sociopolítica de la Resurrección se hace imprescindible un análisis de las pretensiones y presupuestos vigentes en el momento del acontecimiento en la Israel del siglo I así como el aparato conceptual que nos condiciona en nuestros días:
En primer lugar, es necesario entender que Jerusalén es el símbolo del poder como motor de un cambio esperado por los judíos contemporáneos de Jesús. Ese cambio anhelado está muy presente en los pensamientos de sus propios discípulos que tienen generadas sus propias expectativas como se puede observar en los textos bíblicos. Es esta Jerusalén la que queda atrás, como símbolo de derrota, tras la muerte del Nazareno.
Este Jerusalén es un claro ejemplo de la problemática existente en la ideología absolutista que se convierte en una apisonadora que ha de llegar a su destino utópico y que se resquebraja en la confrontación de la utopía y de los presupuestos con el dolor, el sufrimiento y la muerte desembocando, en un desencanto en el que “ya no cabe nada que esperar”. Sin embargo, este descorazonador momento posmoderno también es más humilde y nos posibilita una ventana de entrada para algo nuevo, una visita del Resucitado que nos sale al encuentro en el camino para romper con ambas visiones y ofrecer una nueva que se encarna en la lógica de la fe y que encuentra su clave en el entendimiento del futuro como una promesa y su condición de posibilidad en un “dejarse hacer” que choca con el voluntarismo de la modernidad y con la dejadez de la posmodernidad.
Y aquí radican la novedad y la esperanza que traen el encuentro con el Resucitado, que es un encuentro gratuito y que, entendido desde el don, nos abre la puerta a un cambio de paradigma en el que las metas no son conquistadas, sino que son un regalo de Aquel que nos sale al encuentro.
Es en este hecho, en la Encarnación y la Resurrección, en esta visita de Dios al mundo a la vez que permanece en su realidad de Dios, de donde parten las consecuencias históricas irrenunciables que observamos pues esta historia es determinada por él.
En contexto judío del siglo I, la resurrección de Cristo supone, sin duda, un cambio de paradigma y una ruptura con lo anhelado y esperado que pasa a quedarse pequeño en comparación con el don recibido. Las pretensiones de un Mesías glorioso que viene a cumplir con los anhelos profundos de la grandeza perdida de Israel, se ven rebosadas, paradójicamente, con la muerte en cruz de un judío marginal que trae al mundo el verdadero Rostro de Dios. Y es en la Resurrección donde se refrenda este cambio de paradigma y esta nueva imagen de Dios que privilegia a los olvidados y que resucita a Jesús no porque haya muerto, sino por como lo ha hecho, ajusticiado por los poderosos de su tiempo por desafiar un entramado político y social que había sido construido en nombre de Dios pero que nada tenía que ver con Él.
La Resurrección es pues, el comienzo del cristianismo y por consiguiente de la Iglesia, lo que ha incidido de manera determinante en el devenir de la historia.
En nuestros días, que nos encontramos perdidos entre dos tiempos opuestos, el optimista e ideológico arraigado en el modernismo, y el nihilista y descorazonado sustentado en el posmodernismo, irrumpe con fuerza también la necesidad del encuentro con el Resucitado que viene a cambiar el paradigma del mérito en el que vivimos y que tan parecido es al de la Israel del siglo I. Es el encuentro con el Resucitado el que abre la puerta para entender que el don de Dios es, en pura esencia, regalo e iniciativa de Él que no merecemos sino que nos es entregado por su amor infinito. Ningún planteamiento basado en el mérito ya sea de corte conservador-moralista o progresista-activista, tiene la llave del Reinado de Dios, que ya está aquí como regalo inconquistable e in-intercambiable por mérito alguno.
Para el trabajo personal:
1. Pasa por el corazón y la cabeza todo aquello que te ha sido regalado en tu vida y conviértelo en acción de gracias.
2. Una hecha la acción de gracias, ¿a qué te moviliza? Como consecuencia del don recibido, no como pago o necesidad previa.
Tiempo personal
Dedicamos este tercer momento a releer el texto y responder a las preguntas que se sugieren personalmente. En lo descrito, existe mucho material que necesitaría de tiempos más largos para su reflexión, por ello, en este momento te invito a que escojas aquello que te ha llegado con más fuerza en la charla, en la lectura… y te centres en ello.
Tiempo de compartir
Terminamos este rato de la tarde, compartiendo en grupos el trabajo personal.